martes, 18 de febrero de 2014

¿Pedimos demasiado?

Últimamente he estado pensando en aquello que he visto durante los últimos días, semanas, incluso meses. Vivo en Madrid, una ciudad bastante grande en la que puedes acceder a un millón de cosas. Con un poco de suerte, y relacionándote, acabas conociendo a un sin fin de personas que se convierten en miembros de tu personal red social. Es decir, haces amigos, tus amigos te presentan a sus amigos, conoces gente saliendo, buscando trabajo, encontrándolo, cuando te invitan un evento, e incluso en una barra. Y sin embargo, hablando con varios amigos y amigas, me doy cuenta de que más allá de cuánta gente conocemos, somos altamente selectivos: lo queremos todo.

Así es, lo queremos todo. Queremos trabajos, buenos trabajos, ya que pedimos, al menos en los que nos paguen bien. Queremos disfrutar de la vida, queremos dinero, queremos que nos valoren, que nos aprecien. Queremos permitirnos poder elegir. Y entre todo esto, como no cabía duda, muchos queremos tener una pareja. Yo ya la tengo, así que no entraré en descripciones que poco tienen que ver con el tema. No obstante, muchos de mis amigos quieren o han querido tener pareja. Pero aquí no acaba la cuestión, como es de suponer.

Queremos o en algún momento de nuestra vida hemos querido tener pareja. Lo que es más, queremos tener una pareja que sea como nosotros queremos. Queremos a alguien atento, cariñoso, pero que no sea pegajoso. Queremos a alguien inteligente, independiente, pero no lo suficiente como para que deje de necesitarnos porque entonces desesperamos pensando que no nos quiere. Queremos que nos mimen, pero sin quitarnos nuestra autonomía. Queremos que nos hagan reír, pero sin ridiculeces. Queremos a alguien que se pueda presentar en sociedad, y a la familia. Queremos a alguien que haga que nuestra libido se suba por las paredes, que sea bueno en la cama, que bese bien... Y así hasta completar una lista que parece cada vez más y más larga. Porque esa es otra, cuantos más años tenemos, más exigimos (o al menos nos sentimos en la capacidad de exigir). Y es así como llegamos a la inevitable conclusión de que pedimos demasiado.

Es probable que en algún momento de esta travesía maratoniana en busca de la pareja soñada lleguemos a toparnos con un inevitable descenso: el momento en el que te das cuenta de que hay que bajar el listón. Antes he dicho que vivo en Madrid, una cuidad en la que puedes encontrar todo tipo de planes para cada noche. Un millón de lugares a los que ir, una incontable lista de bares, discotecas y pubs. Y cuando al haber hecho el recorrido por unas cuantas descubres que nadie cumple con cada una de estas características que has estado pidiendo, es cuando llega ese "inevitable descenso". Para ser más concisos, bajas el listón. Y a pesar de ello, sigue sin ser suficiente porque es entonces cuando se suceden las quejas; normalmente predecidas de un "pero". Tales como "he conocido a un chico que es majo, agradable, atento, guapo... Pero está gordito"; o como "Ayer me lié con un tío que estaba buenísimo y además es ingeniero... Pero besa mal". Esto provoca que otra vez volvamos al inevitable círculo repetitivo de la búsqueda, porque, seamos sinceros, la mayoría de las veces estos "peros" pesan más que todo lo anterior. Así es, lo queremos todo.

Incluso al haber encontrado a la pareja que andábamos buscando, cuando llevas conociéndole un tiempo (el tiempo suficiente como para que el viaje en una nube se termine y descubras que esa persona también es humana), surgen "peros". Oh sí, esos peros que anuncian sus defectos o los defectos de la propia relación. Hasta cuando no tiene demasiados, o no consideras que son importantes. Entre las frases que he escuchado están "con lo bien que estábamos y ahora se tiene que ir al extranjero". O "es que la relación ya no es la misma". E incluso "es que ya no me pone tanto como antes". Esta última sin duda es una de las más temidas. ¿Es que nos hemos convertido en unos conformistas sociales para ser unos inconformistas personales? ¿Es acaso que seguimos siendo como niños que dejan de querer el juguete que ya han obtenido? O peor aún, ¿el problema lo tenemos nosotros?

Con respecto a todo ello, lo primero que me gustaría decir es que obviamente la relación no va a ser la misma. El desenfreno e ilusión inicial da paso a una relación más estable, más rítmica, como digo yo, más asentada. Ninguna relación es igual el primer año que a los tres siguientes que a los veinte. Puede que incluso nosotros no seamos los mismos, pero es la consecuencia de aquello a lo que comúnmente nos referimos como evolución. Hay que aprender a aceptar la misma, y ver las cosas buenas que trae a tu vida. Si se pide mucho, deberíamos pensar en porqué lo hacemos y si estamos en disposición de dar lo mismo a cambio. Lo único que se puede hacer es dejar de perder tiempo quejándose, e intentar pasar más apuntando a las cosas buenas que tiene esa relación, o el hecho de estar solteros. Como se suele decir, no se puede tener todo en esta vida; así que mejor será disfrutar de lo que sí que tenemos.