viernes, 11 de abril de 2014

Microteatro "Tú en Venus, yo en la Tierra"

Hace más de un año que conozco el género de Microteatro, sin embargo, no lo había experimentado hasta hace unos once meses. Acudí por primera vez a la sala de Microteatro Por Dinero con un amigo que, pobre de él, tiene claustrofobia. Se podría decir que no fue el mejor sitio al que llevarle.

Para los que no conozcan lo que es, el microteatro se compone de tres elementos básicos: teatro de una duración corta, aproximadamente unos quince minutos; una pequeña sala en la que suelen caber entre diez y veinte personas y un precio más ajustado que en el teatro convencional que puede rondar los cuatro o cinco euros. Entre sus buenas cualidades destacan el hecho de que entretiene y de que estas obras suelen merecer la pena, entre sus malas cualidades está que en ocasiones te quedas con ganas de más.

Y así fue como me quedé yo, con ganas de más, al ver "Tú en Venus, yo en la Tierra". Escrita y dirigida por Raquel Castellanos, la obra parte de una premisa poco convencional: las mujeres, cansadas de los hombres, han abandonado la Tierra y no quieren volver a convivir con ellos. Por este motivo, el representante de Hombres Unidos intenta persuadir a su vez a la representante de Mujeres Unidas para reunirse y establecer un acuerdo que ponga fin a la desesperación que impera en la Tierra tras el abandono de las mujeres. A partir de aquí, se desencadenan toda clase de argumentos y concesiones varias para conseguir dicho propósito.


Tengo el placer de conocer a Raquel Castellanos personalmente, y aparte de ser una chica verdaderamente encantadora, tiene un talento que, en mi opinión, le augura mucho éxito. Estudió Guión en la ECAM, terminando sus estudios hace menos de un año. En este tiempo, ya ha conseguido que se represente una de sus obras, verdadera proeza en los tiempos que corren. En un futuro le gustaría dedicarse al cine, pero según cree, eso es "lo más difícil". La idea para este proyecto surgió de temas muy diversos, tales como la polémica ley del aborto, las estadísticas de machismo entre los jóvenes, o nuestras propias madres que en ocasiones son "madres superwoman", como dice Raquel. Estrenó dicha obra en Acting Escuela de Artes Escénicas, y allí es donde tuve el placer de verlo, en un espacio que, como indica el género, era pequeño e íntimo. 

Esto permite que, al encontrarte a menos de un metro del escenario, aprecies cada gesto de los actores, un reparto compuesto por Joaquín Olivan, Inma Ochoa y Gorka Gómez Bachiller. El guión que interpretan tiene unos giros cómicos que sí nos parecerán más convencionales. Mezcla entre una idea fantástica y la pura realidad, cabe destacar la interpretación de Joaquín Olivan, desde luego muy expresivo, como representante de Hombres Unidos, que aporta el toque perfecto de una mezcla de seriedad y disparate. 

Seguirán con las representaciones hasta el día 30 de abril, en "El Apartamento", en la calle Génova número 7. Hay varios pases desde las siete y veinte de la tarde hasta las diez, todos los miércoles y jueves del mes, incluida Semana Santa. Así que ya sabéis, si tenéis la tarde libre y os apetece ver una actuación en directo y muy de cerca, aprovechad para ir a visitarlos. Las risas están aseguradas.

Un abrazo desde Madrid.

domingo, 2 de marzo de 2014

El ciclo vital

En el reino animal, el ciclo vital es la cadena de acontecimientos primarios anclados al mero hecho de existir, es decir: nacer, crecer, reproducirse y morir. Sin embargo, en este reino humano nuestro, ese ciclo ha sufrido algunas alteraciones.

Por creencia popular, aunque cada vez menos, se tiende a esperar algo de cada ser humano, y ese algo suele, normalmente, desarrollarse en este orden: nacer, crecer, reproducirse. Hasta ahora, aparentemente no hay ninguna diferencia. No obstante, una vez se ha crecido, la sociedad tiende a esperar el siguiente hecho: echarse novio o novia. Lógicamente se asume que el primero o la primera puede no ser en muchos casos la pareja definitiva, pero desde luego sí se espera que haya una.

A menudo oigo a amigos y amigas que buscan a esa pareja definitiva, muchas veces haciendo mención a esta idea colectiva de "encontrar a tu media naranja". Una vez la has encontrado, suele haber un par de pasos anteriores a la reproducción, véase, "arrejuntarse" (o irse a vivir con esa persona) y casarse. Este último cada vez pierde más peso puesto que se acepta más el "vivir en pecado". Irse uno a vivir con su pareja sin haberse casado es cada vez más común, a pesar de que hace tan sólo una o dos generaciones no era así. Como es de esperar, a continuación se sucede el paso de la reproducción.

Desde luego, cabe admitir que como animales, si bien racionales que somos, seamos más proclives a seguir estos pasos. Aunque no veo qué de animal tiene casarse; ahí entra nuestra parte humana racional, emocional, y/o religiosa. Pero, ¿y qué pasa si no seguimos estos pasos?

Muchos dirán que nada, no pasa nada. Pero por alguna extraña razón, aunque no pase nada, se suceden las preguntas. Tengo unos familiares que no han tenido hijos, y al salir el tema con un amigo mío, éste, aunque lo aceptaba, no dejaba de hacer preguntas al respecto. Por lo cual no puedo evitar pensar que en general saltarse uno o varios de estos pasos resulta extraño. En ocasiones incoherente, fuera de lugar, inconexo con la mencionada cadena vital.

¿Por qué? ¿Es que los que no se casan no pueden ser felices? ¿Es que los que deciden tener niños suponen un sacrilegio? Personalmente, no tengo nada en contra ni de unos ni de otros. Siempre se me ha enseñado a respetar a todo el mundo, a comprender que en esta vida hay opciones y que cada uno decide qué vida quiere llevar, por lo que acepto cualquiera de estas posturas. Pero me pregunto, ¿es necesario seguir este desencadenamiento de los hechos? Y aquí, cómo no, es donde alguna vez se cuela el pánico.

En concreto, dos tipos de pánico, que resumiremos en estas dos categorías: los solteros y los emparejados. Bien, algunos solteros le tienen pánico a la soledad. Algunos de ellos piensan que vivirán solos el resto de sus vidas y que no tendrán a nadie con quien compartirlas. Y a algunos esto les aterra profundamente. También da lugar al típico pensamiento de "la vieja con los gatos" y todo tipo de referencias culturales. Los emparejados, y aquí hago una división, los emparejados jóvenes a veces tienen miedo de que la relación que tienen sea "la definitiva", y que ese ciclo vital se cumpla según esos pasos mencionados. Y si vemos la lista, después de la reproducción sólo se menciona una cosa: morir. Por tanto, volvemos otra vez al pánico. En este caso se da lugar al típico pensamiento de "sé me acaba lo bueno" o el clásico "te casaste, la cagaste".

Todo el mundo le tiene miedo a algo. Pero si estamos en la posición soltera, puede que le tengamos miedo a acabar así; mientras que si estamos en la posición emparejada, puede que le tengamos miedo a que nuestra vida siga ya dictada por ese curso. Yo personalmente, no siento a día de hoy la necesidad de casarme. Ni la necesidad de tener hijos. Ni tampoco la ilusión desmedida por ninguna de estas cosas. ¿Me convierte eso en una rara, en una freak? Yo diría que no. ¿Convierte esto a los que están solteros pero no necesitan tener pareja también en unos raros?

Lo que me parece claro es que independientemente de la sociedad en la que vivamos, de la religión que tengamos o de lo que haga nuestro entorno, ante todo y sobre todo hay que ser consecuente y asertivo con el modo en el que queremos llevar nuestras vidas. No se puede juzgar lo que uno no conoce o no ha vivido, y mucho menos criticarlo. Si se es feliz con un determinado modo de vida, habiéndolo valorado, hay que ser consecuentes. Porque no es la sociedad la que va a acabar dictando tu vida, sino tus propias decisiones. La religión es el marco de creencias sobre el que sustentamos un posible punto de vista y unos valores, pero no la vida en sí. Y con respecto al entorno, muchas veces es un entorno temporal, transitorio y sigue siendo un entorno formado por personas que en consecuencia también tomarán decisiones. Por todo esto, desde mi humilde opinión, creo que no se pueden hacer afirmaciones categóricas al respecto de la vida de otras personas, así como tampoco hay que renunciar a esa cadena vital si de verdad es lo que queremos. Y si no la queremos, no hay que forzarse a encajar en ella. Siempre se tiene miedo de algo, pero para mí el éxito consiste en superar ese miedo y saber vivir en consecuencia a lo que uno quiere. 

Y vosotros, ¿qué opináis? 

Abrazos desde Madrid,


Ana

martes, 18 de febrero de 2014

¿Pedimos demasiado?

Últimamente he estado pensando en aquello que he visto durante los últimos días, semanas, incluso meses. Vivo en Madrid, una ciudad bastante grande en la que puedes acceder a un millón de cosas. Con un poco de suerte, y relacionándote, acabas conociendo a un sin fin de personas que se convierten en miembros de tu personal red social. Es decir, haces amigos, tus amigos te presentan a sus amigos, conoces gente saliendo, buscando trabajo, encontrándolo, cuando te invitan un evento, e incluso en una barra. Y sin embargo, hablando con varios amigos y amigas, me doy cuenta de que más allá de cuánta gente conocemos, somos altamente selectivos: lo queremos todo.

Así es, lo queremos todo. Queremos trabajos, buenos trabajos, ya que pedimos, al menos en los que nos paguen bien. Queremos disfrutar de la vida, queremos dinero, queremos que nos valoren, que nos aprecien. Queremos permitirnos poder elegir. Y entre todo esto, como no cabía duda, muchos queremos tener una pareja. Yo ya la tengo, así que no entraré en descripciones que poco tienen que ver con el tema. No obstante, muchos de mis amigos quieren o han querido tener pareja. Pero aquí no acaba la cuestión, como es de suponer.

Queremos o en algún momento de nuestra vida hemos querido tener pareja. Lo que es más, queremos tener una pareja que sea como nosotros queremos. Queremos a alguien atento, cariñoso, pero que no sea pegajoso. Queremos a alguien inteligente, independiente, pero no lo suficiente como para que deje de necesitarnos porque entonces desesperamos pensando que no nos quiere. Queremos que nos mimen, pero sin quitarnos nuestra autonomía. Queremos que nos hagan reír, pero sin ridiculeces. Queremos a alguien que se pueda presentar en sociedad, y a la familia. Queremos a alguien que haga que nuestra libido se suba por las paredes, que sea bueno en la cama, que bese bien... Y así hasta completar una lista que parece cada vez más y más larga. Porque esa es otra, cuantos más años tenemos, más exigimos (o al menos nos sentimos en la capacidad de exigir). Y es así como llegamos a la inevitable conclusión de que pedimos demasiado.

Es probable que en algún momento de esta travesía maratoniana en busca de la pareja soñada lleguemos a toparnos con un inevitable descenso: el momento en el que te das cuenta de que hay que bajar el listón. Antes he dicho que vivo en Madrid, una cuidad en la que puedes encontrar todo tipo de planes para cada noche. Un millón de lugares a los que ir, una incontable lista de bares, discotecas y pubs. Y cuando al haber hecho el recorrido por unas cuantas descubres que nadie cumple con cada una de estas características que has estado pidiendo, es cuando llega ese "inevitable descenso". Para ser más concisos, bajas el listón. Y a pesar de ello, sigue sin ser suficiente porque es entonces cuando se suceden las quejas; normalmente predecidas de un "pero". Tales como "he conocido a un chico que es majo, agradable, atento, guapo... Pero está gordito"; o como "Ayer me lié con un tío que estaba buenísimo y además es ingeniero... Pero besa mal". Esto provoca que otra vez volvamos al inevitable círculo repetitivo de la búsqueda, porque, seamos sinceros, la mayoría de las veces estos "peros" pesan más que todo lo anterior. Así es, lo queremos todo.

Incluso al haber encontrado a la pareja que andábamos buscando, cuando llevas conociéndole un tiempo (el tiempo suficiente como para que el viaje en una nube se termine y descubras que esa persona también es humana), surgen "peros". Oh sí, esos peros que anuncian sus defectos o los defectos de la propia relación. Hasta cuando no tiene demasiados, o no consideras que son importantes. Entre las frases que he escuchado están "con lo bien que estábamos y ahora se tiene que ir al extranjero". O "es que la relación ya no es la misma". E incluso "es que ya no me pone tanto como antes". Esta última sin duda es una de las más temidas. ¿Es que nos hemos convertido en unos conformistas sociales para ser unos inconformistas personales? ¿Es acaso que seguimos siendo como niños que dejan de querer el juguete que ya han obtenido? O peor aún, ¿el problema lo tenemos nosotros?

Con respecto a todo ello, lo primero que me gustaría decir es que obviamente la relación no va a ser la misma. El desenfreno e ilusión inicial da paso a una relación más estable, más rítmica, como digo yo, más asentada. Ninguna relación es igual el primer año que a los tres siguientes que a los veinte. Puede que incluso nosotros no seamos los mismos, pero es la consecuencia de aquello a lo que comúnmente nos referimos como evolución. Hay que aprender a aceptar la misma, y ver las cosas buenas que trae a tu vida. Si se pide mucho, deberíamos pensar en porqué lo hacemos y si estamos en disposición de dar lo mismo a cambio. Lo único que se puede hacer es dejar de perder tiempo quejándose, e intentar pasar más apuntando a las cosas buenas que tiene esa relación, o el hecho de estar solteros. Como se suele decir, no se puede tener todo en esta vida; así que mejor será disfrutar de lo que sí que tenemos.